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Basura, Héctor Abad Faciolince (Colombia)

¿De quién es la basura? ¿Tiene dueño la basura? ¿Tirar algo no es lo mismo que regalarlo? Me hacía estas preguntas para justificarme. En realidad yo sé perfectamente que cuando un escritor se desprende de algún papel no lo hace para que alguien lo rescate y lo lea, sino todo lo contrario, para que nadie jamás llegue a leerlo. Lo mío era una intromisión, sin duda, pero la curiosidad era mucho más fuerte que yo, las ganas de saber mucho más hondas que las de respetar la intimidad.


FICHA TÉCNICA
Título: Basura
Género: Narrativa contemporánea
1ª Edición en español: 2000
Editorial: Punto de Lectura
ISBN: 9789587581874
Nº de páginas: 230
Formato: Libro digital
Otros: I Premio Casa de América a la Narrativa Americana Innovadora (2000)
Sinopsis: Esta es la historia de una intromisión intolerable: el narrador tiene casualmente acceso a los relatos que Davanzati, su vecino ex novelista, va arrojando a la basura tan pronto han sido escritos. Desde entonces se convertirá en lector obsesivo de unos textos que, entre los desperdicios, conforman la galería de estilos de un escritor que trabaja para nadie, y tras de los que se intuye una existencia curiosa y de difícil reconstrucción.Las relaciones entre escritura y lectura, vida y literatura vistas desde un prisma completamente novedoso: los excesos y violaciones que comete todo lector.
Valoración: 7/10

Primera ruptura de mis propias reglas (y seguro que no es la última). Dije que en aquellos países en los que hubiera suficiente producción literaria, leería escritores nuevos para descubrir nuevos autores. Y este es el tercer libro de Abad Faciolince que leo, pero es un autor que me gusta mucho, así que lo incluyo en el viaje.

Imagino que el primer escritor que nos viene a la cabeza al pensar en Colombia es Gabriel García Márquez, y nadie podrá negar su relevancia en la literatura mundial. De él, en una época, leí varias de sus novelas y muchos cuentos. Cien años de soledad, que he leido en 3 ocasiones y que leeré en el futuro alguna vez más, tiene una de las frases iniciales más impactantes y que más me gusta (ni siquiera superada por la muy conocida primera frase de Anna Karenina). Es una novela impresionante, con un mundo riquísimo de personajes, imágenes, historias, subtramas, y con uno de mis personajes literarios preferidos: el gitano Melquiades.

Pero la literatura colombiana tiene vida más allá de Gabo; otra autora que me ha fascinado es Laura Restrepo, su novela La Isla de la Pasión fue todo un descubrimiento. Una novela llena de matices, compleja, hermosa, cruda y sorprendente. Y sus cuentos recogidos en Pecado me sorprendieron y fascinaron a partes iguales.

¿Por qué elegir, entonces, a Abad Faciolince para este viaje? Porque es un escritor que maneja el lenguaje de una manera precisa, divertida -juguetona, incluso-; con una visión muy crítica del mundo, que nos traslada con irónía; tremendamente culto, incluyendo referencias a escritores, novelas, películas, música, hechos históricos que encajan muy bien con su narración; porque escribe historias que son como cajas chinas o matrioskas, que encierran otras historias, que encierran otras historias, que...

En esta Basura concretamente, nos encontramos a un escritor -el narrador- del que apenas sabemos nada, salvo  que es periodista -como Abad Faciolince-, que se obsesiona con un vecino, que fue escritor y periodista en el pasado, y que ahora sólo escribe para sí mismo la historia -entre otras- de un escritor y periodista fracasado. De manera que la novela es casi una maraña de identidades de escritor(es) que reflexionan sobre la literatura, el oficio de escribir, la necesidad de saberse leidos (y comprendidos, admirados) o la búsqueda de la fama, tan esquiva para la mayoría de los escritores.

Si damos por bueno el dicho de que todo escritor escribe sobre sí mismo, independientemente de qué historia esté narrando ¿quién está contándonos su visión -decepcionada, pesimista, descreida- sobre la literatura? ¿El escritor fracasado Bernardo Davnazati? ¿Serafín Quevedo, su personaje trasunto de sí mismo? ¿el vecino periodista, obsesionado con (re)descubrir a Davanzati? ¿o Abad Faciolince, que va dejando a lo largo de la novela comentarios sobre su ciudad -Medellín- sus gentes, o sus medios de comunicación - como El Espectador, periódico en el que él mismo escribe una columna semanal? La novela es un contninuo cambio entre las historias de unos y otros, la vida de Davanzati a través de quienes le conocen y de sus escritos, pero nunca de su propia mano, pues es un personaje que se nos escapa, que se esconde; que se retiró hace años de la vida publica y que mentiene su exilio interior (e interno), en una ciudad que se describe con crudeza y poca amabilidad.

Ciudad de Medellín. Fotografía de Simón Gallego. Fuente: Plataforma Arquitectura. Colombia

La novela es una interesante reflexión sobre lo que es la literatura y el oficio de escribir; sobre la frustración de no dar con la historia que realmente interese al público; sobre la escritura mediocre y la buena literatura, a la que en ocasiones se mira de soslayo o con desprecio, porque uno se sabe incapaz de llegar a ella. Una de mis partes preferidas es la crítica que hace Davanzati de Gabriel García Márquez en boca de su personaje Serafín Quevedo:
Escribía, ni bien ni mal, pero una de sus obsesiones era superar al escritor más famoso de la Costa; decía que era necesario deshacerse de la magia, despojar al país del espejismo de las supuestas maravillas inventadas por él. Decía que para el pantano del subdesarrollo era nefasto ese regodeo folclórico en historias de alucinada hermosura. Quizás odiaba la hermosura. Cuando contaba experiencias de su vida hacía lo posible por contarlas como no lo hubiera hecho el escritor costeño. Decía, por ejemplo: «Yo no sé cuándo conocí el hielo pues yo nací en los tiempos de la nevera. Me acuerdo, sí, de una mañana en que mi padre me llevó a conocer un muerto. Medellín, entonces, no era ninguna aldea, o era una aldea inmensa de la que yo sólo conocía los barrios conquistados, los de los ricos, quiero decir, donde la gente vivía de espaldas al asedio de la marea de pobres que crecía al borde, al margen de este mundo que los ricos intentaban reconstruir a imagen y semejanza de las ciudades americanas o europeas en donde habían estado de visita o donde habían hecho un máster. Pero mi padre decía que la realidad era otra cosa y que aunque en nuestro barrio la gente se muriera de gorda, de vieja o de accidente, como en Zurich, en la otra ciudad, la verdadera, la gente se moría a machetazo limpio o simplemente a bala. Allá no había vírgenes que ascendieran a los cielos ni el mundo era reciente ni las cosas carecían de nombre y había que señalarlas con el dedo; al contrario, en cada cosa se había incrustado ya una armadura indeleble de prejuicios. Lo único macondiano era que en la ciudad más violenta del mundo yo tuviera trece años y no conociera un muerto todavía.
Como ya he comentado, Cien años de soledad tiene la frase inicial que más me ha impactado (Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo), frase que remeda de manera sarcástica y divertida Quevedo/Davanzati/Abad Faciolince con ese Yo nací en los tiempos de la nevera. Se lo perdonao, toda la crítica venenos, envidiosa, a Gabo es de lo mejor de la novela. Junto con la historia de La virgen manca un cuento divertido por absurdo y realista al mismo tiempo, con unos personajes sacados de un culebrón (palabra, por cierto, que se utiliza en varias ocasiones en la novela y que yo pensaba que era un término muy español, que en Colombia se utilizaba el más canónico de telenovela), con unos giros ridículos, si no fuera porque es pura ficción... real como la vida misma...

Y la novela es esto, una sucesión de escritos en diferentes tonos -poéticos, futuristas, pesimistas, autobiográficos...- que pretenden describirnos cómo es Davanzati, que se nos ofrecen como piezas de un puzle que finalmente acabará formando una figura reconocible, con la tranquilidad que eso nos podría aportar. Y lejos de sentirme aliviada con un desenlace clarificador (no lo es tanto, realmente), me resultó decepcionante que al final sí se nos cuente más quién fue Davanzati, qué acontecimientos le llevaron a alejarse de la literatura, cómo su personalidad le limitó y aisló del mundo. Imagino que para el narrador de la novela, obsesionado con su misterioso vecino escritor, sí era necesario averiguar la verdad; pero a mi -como lectora- me hubiera gustado más qudarme con la intriga, dejar a la imaginación qué fue de Davanzati, permitirme hacer mis propias elucubraciones acerca de qué pasó o dejó de pasar.

No obstante, tampoco es un final cerrado y -en cualquier caso- es la narración de otra persona, por lo que siempre estará la visión sesgada del otro. Para nosotros Davanzati sólo es asequible en sus escritos. Como cualquier otro escritor

Y como ya es norma, termino con un video. Y no, ni Shakira, ni Juanes, ni Carlos Vives vienen a poner banda sonora a esta entrada. Os invito a escuchar un grupo llamado Monsieur Periné, que mezclan jazz, pop y swing en sus canciones. Tal vez el vallenato, la cumbia o el merengue hubieran sido más adecuados, Pero esa es música más al gusto del Doctor Molina y sus amiguitas. Davanzati preferiría el swing


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