Waiyaki pensó que ya era hora de marcharse. La arboleda sagrada no había arrojado luz sobre el camino que debía seguir. No sabía muy bien adónde se dirigía ni qué era lo que realmente quería decirle a su pueblo. Seguía a ciegas. Se acordó de Nyambura y se preguntó cómo se sentiría estando en la choza de él. Por un instante fue presa del terror y se odió a sí mismo por haber abandonado la choza. ¿Y si venían y se la llevaban a la fuerza? ¿Y si Joshua lo había denunciado en el puesto gubernamental? Volvió a preguntarse si no sería mejor huir y, mientras descendía la pendiente, fijó la vista en la lejanía. Se le presentó una visión repleta de posibilidades y oportunidades en aquel lugar, lejos de las colinas. Quizá algún día se marchase allí. Quizá algún día uniese fuerzas con los hombres de Muranga, Kiambu y Nyeri y juntos, con una sola voz, le dijeran al hombre blanco: «¡Márchate!». Y Waiyaki supo de pronto lo que las cordilleras querían. Sintió, de pronto y con mayor certidumbre que nunca, la vergüenza de un pueblo que se ve arrebatado de su tierra, la vergüenza de verse obligado a trabajar en esa misma tierra, la humillación de tener que pagar impuestos a un gobierno del que nada sabías.
FICHA TÉCNICA
Título: El río que nos separa
Título original: The River Between
Género: Narrativa contemporánea
1ª edición en inglés: 1965
Edición en español: 2017
Editorial: Kailas
ISBN: 978-84-17248-01-7
Nº de páginas: 192
Traducción: Alicia Frieyro Gutiérrez
Formato: Libro digital
Sinopsis: Obra legendaria de la literatura africana, esta cautivadora novela refleja de manera lúcida el drama de una gente y una cultura cuyo mundo ha sido anulado.
Ngũgĩ wa Thiong’o describe con maestría el legado perdido de los pueblos del este de África a través de Waiyaki y su tribu. Los misioneros cristianos intentan prohibir el ritual de la circuncisión femenina y, en el proceso, causan una terrible división entre las dos comunidades kikuyu a ambos lados del río.
El autor keniata fue el primer escritor africano educado en el sistema inglés en escribir obras de ficción desde el punto de vista de los lugareños sobre la guerra colonial, la Rebelión del Mau Mau, una sublevación violenta de los kikuyu contra el dominio británico ocurrida entre 1952 y 1960.
Valoración: 6/10
Valoración: 6/10
Primera incursión en la llamada, en su momento, África negra y ahora, tiempos políticamente correctos, África Subsahariana. Término este último, por cierto, bastante controvertido y no asumido por los africanistas de los páises de la zona, que retornan al término inicial de África Negra, como reivinidicación étnica y transnacional de su esencia.
No es el primer libro que leo de un autor de esta gran zona geográfica, pero sí el primer keniata. Y lo primero que me lleva a pensar cuando me enfrento a esta lectura es ¿qué sé de Kenia? Y es bien poco, salvo que está situada al Este de África, que fue colonizada por los británicos en el siglo XIX y que su capital es Nairobi. Es decir la visión que puede tener cualquiera que haya ido al colegio (y recuerde las clases de historia y geografía).
Pero no sé nada de sus habitantes, su organización política, o su diversidad étnica, por mencionar sólo algunos elementos. Investigando un poco a raíz de esta lectura, he descubierto que Kenia es un país multiétnico -lo que ha sido causa de tensiones y conflictos a lo largo de su historia-, siendo los kikuyu -publo protagonista de esta novela- el grupo étnico mayoritario.
El río que nos separa nos relata por un lado el paso desde la infancia a la edad adulta de Waiyaki (y otros jóvenes de su generación), y por otro el impacto de la llegada del hombre blanco al país de los kikuyus. Comienza siendo un libro amable, casi bucólico, sobre la vida de los personajes, sus relaciones, sus pequeñas disputas, para terminar siendo la narración de una tragedia política, social y personal.
Y a mi me ha gustado más la segunda parte de la novela, cuando Waiyaki comienza a tomar conciencia de su papel en la tribu, a asumir su destino y a comprender que mantener la esencia de su tribu pasa por tomar partido entre las tradiciones, o aceptar las imposiciones del hombre blanco. Y su toma de partido tiene consecuencias, para él y para su tribu.
Lo que me atrajo realmente de esta novela (para el reto tenía pensado leer, del mismo autor, El brujo del cuervo, que sigue en la lista de pendientes) es que la sinopsis menciona la circuncisión femenina, y me resultaba atractivo un libro que nos relatara esta tradición (que a mi me parece abominable) desde dentro, no esperando argumentos que me hicieran ver favorablemente tal práctica, sino para poder comprender por qué las mujeres -niñas, en realidad, pues un rito de transición a la edad adulta- se somenten a ello sin discusión, sin debate. Si bien se menciona la circuncisión -masculina y femenina- y es desencadenante del conflicto central de la historia, lo cierto es que la sensación que deja es que no se profundiza, sólo se habla de ella como algo natural. Es la tradición. ¿Y quién, en una sociedad pequeña y cerrada, se resiste a la tradición, sabiendo que te conviertes en un excluido, en alguien indeseable?
Hay una frase en el libro que refleja muy bien el peso de esta tradición como factor de cohesión social (que es, al fin y al cabo, la finalidad de las tradiciones):
No es el primer libro que leo de un autor de esta gran zona geográfica, pero sí el primer keniata. Y lo primero que me lleva a pensar cuando me enfrento a esta lectura es ¿qué sé de Kenia? Y es bien poco, salvo que está situada al Este de África, que fue colonizada por los británicos en el siglo XIX y que su capital es Nairobi. Es decir la visión que puede tener cualquiera que haya ido al colegio (y recuerde las clases de historia y geografía).
Pero no sé nada de sus habitantes, su organización política, o su diversidad étnica, por mencionar sólo algunos elementos. Investigando un poco a raíz de esta lectura, he descubierto que Kenia es un país multiétnico -lo que ha sido causa de tensiones y conflictos a lo largo de su historia-, siendo los kikuyu -publo protagonista de esta novela- el grupo étnico mayoritario.
El río que nos separa nos relata por un lado el paso desde la infancia a la edad adulta de Waiyaki (y otros jóvenes de su generación), y por otro el impacto de la llegada del hombre blanco al país de los kikuyus. Comienza siendo un libro amable, casi bucólico, sobre la vida de los personajes, sus relaciones, sus pequeñas disputas, para terminar siendo la narración de una tragedia política, social y personal.
Y a mi me ha gustado más la segunda parte de la novela, cuando Waiyaki comienza a tomar conciencia de su papel en la tribu, a asumir su destino y a comprender que mantener la esencia de su tribu pasa por tomar partido entre las tradiciones, o aceptar las imposiciones del hombre blanco. Y su toma de partido tiene consecuencias, para él y para su tribu.
Lo que me atrajo realmente de esta novela (para el reto tenía pensado leer, del mismo autor, El brujo del cuervo, que sigue en la lista de pendientes) es que la sinopsis menciona la circuncisión femenina, y me resultaba atractivo un libro que nos relatara esta tradición (que a mi me parece abominable) desde dentro, no esperando argumentos que me hicieran ver favorablemente tal práctica, sino para poder comprender por qué las mujeres -niñas, en realidad, pues un rito de transición a la edad adulta- se somenten a ello sin discusión, sin debate. Si bien se menciona la circuncisión -masculina y femenina- y es desencadenante del conflicto central de la historia, lo cierto es que la sensación que deja es que no se profundiza, sólo se habla de ella como algo natural. Es la tradición. ¿Y quién, en una sociedad pequeña y cerrada, se resiste a la tradición, sabiendo que te conviertes en un excluido, en alguien indeseable?
Hay una frase en el libro que refleja muy bien el peso de esta tradición como factor de cohesión social (que es, al fin y al cabo, la finalidad de las tradiciones):
La circuncisión era un rito importante para la tribu. Mantenía a la gente hermanada, unía a la tribu. Ocupaba el núcleo de la estructura social y era algo que daba sentido a la vida de un hombre. Eliminada la costumbre, la base espiritual de la cohesión e integración de la tribu desaparecería.
(...)
(...)
La circuncisión de las mujeres no era importante como operación física. Lo era por lo que obraba en el interior de una persona. No se le podía poner fin de la noche a la mañana. Se necesitaban paciencia y, sobre todo, educación. Si la religión del hombre blanco te hacía abandonar una costumbre sin proporcionarte luego algo del mismo valor, entonces te sentías perdido
Y es esta imposición del hombre blanco contra la que luchan -desde distintas visiones- los kikuyu, separados en 2 bandos, quedando Waiyaki en medio, quien apuesta por el diálogo, por la educación como forma de empoderamiento de su gente, por la paz y no la guerra. Y cuando tomamos partido, debemos asumir consecuencias.
Al principio, el libro no me gustaba demasiado, incluso me aburrí por momentos. Pero cuando Waiyaki se hace adulto y empieza a poner en marcha su sueño de educar a su gente, construir escuelas, transformar a su pueblo y hacerlo más fuerte con la educación del hombre blanco, sin olvidar las propias tradiciones, es cuando comencé a disfrutar de la lectura. Seguir los pensamientos e ideas de Waiyaki sobre sí mismo, sobre su misión, sobre su respeto a los mayores y las tradiciones, sobre la necesidad de cambiar y avanzar (¿hacia dónde?), sobre la paz y la guerra; y verle enfrentado a otras visiones que no concuerdan con la suya, convierten al libro en algo más profundo, más reflexivo; en un medio para cuestionarse sobre el choque cultural, sobre el papel político de cada individuo, sobre los procesos colonizadores.
He comenzado ya a leer El brujo del cuervo y es un libro mejor escrito que este; no olvidemos que El río que nos separa es la segunda novela de Ngũgĩ wa Thiong'o, y un escritor -si es bueno, y este lo es- va mejorando con el tiempo. Como curiosidad, comentar que esta novela fue publicada en inglés, si bien ahora el escritor sólo publica en gikuyu y suajili, y con su nombre de bautismo: James Ngugi, el cual cambio ya en su siguiente novel adoptando el nombre africano por el que ahora es reconocido.
No es un libro redondo, es pesado en ocasiones, le cuesta decidir el tono de la escritura, a veces salta demasiado y no hay transición fluida entre acontecimientos, algunas subtramas no terminan de encajar. Da la sensación de que ha querido contar demasiadas cosas, y que -al mismo tiempo- no desarrolla ninguna. Pero la evolución como persona de Waiyaki y del resto de personajes hace que sea una lectura recomendable.
He comenzado ya a leer El brujo del cuervo y es un libro mejor escrito que este; no olvidemos que El río que nos separa es la segunda novela de Ngũgĩ wa Thiong'o, y un escritor -si es bueno, y este lo es- va mejorando con el tiempo. Como curiosidad, comentar que esta novela fue publicada en inglés, si bien ahora el escritor sólo publica en gikuyu y suajili, y con su nombre de bautismo: James Ngugi, el cual cambio ya en su siguiente novel adoptando el nombre africano por el que ahora es reconocido.
No es un libro redondo, es pesado en ocasiones, le cuesta decidir el tono de la escritura, a veces salta demasiado y no hay transición fluida entre acontecimientos, algunas subtramas no terminan de encajar. Da la sensación de que ha querido contar demasiadas cosas, y que -al mismo tiempo- no desarrolla ninguna. Pero la evolución como persona de Waiyaki y del resto de personajes hace que sea una lectura recomendable.
Y llegamos a la canción. Pensé que me sería más difícil encontrar músicos de Kenia, pero este grupo del que comparto video -Sauti Sol- parece que es bastante conocido. He escuchado varias de sus canciones y me gusta su estilo pop, tan universal. El video lo he elegidi no sólo por la música, sino porque aparece la letra de la canción (en suajili) y al fin y al cabo este es un blog de lecturas. Es interseante también ver cómo se escribe en otros idiomas
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