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Las almas muertas, Nikolai Gogol (Rusia)

No es muy probable que el héroe que hemos elegido guste a los lectores. A las damas claro está que no, lo podemos asegurar, puesto que las damas exigen que el héroe sea la misma perfección en persona. ¡Pobre de él si ofrece la menor mancha en su alma o en su cuerpo! Por muy adentro que el autor penetre en el alma del héroe, aunque logre reflejarla con mayor perfección que un espejo, nadie lo apreciará lo más mínimo. El hecho de que Chichikov sea un tanto grueso y de edad madura le dañará mucho: al héroe nunca se le perdona el exceso de carne, y un sinnúmero de damas se alejarán exclamando: "¡Bah, qué asco!" ¡Ay! El autor sabe muy bien todo esto, y aún considerándolo así, se ve en la imposibilidad de tomar como héroe a un hombre virtuoso

FICHA TÉCNICA
Título: Las almas muertas
Título original: Мёртвые души (Miórtvyia dushi)
Género: Literatura clásica
1ª edición en ruso: 1842
Edición en español: 2017
Editorial: Nórdica. Colección Ilustrados
ISBN: 978-84-16440-73-3
Nº de páginas: 400
Traducción: Marta Rebón
Formato: Libro electrónico
Otros: Ilustraciones de Alberto Gamón
Sinopsis: Un pequeño terrateniente, Pável Ivánovich Chíchikov, se dedica a comprar campesinos muertos para registrarlos como vivos y conseguir así las tierras que se concedían a aquellos que poseyeran un cierto número de siervos. Gógol utiliza este argumento como pretexto para ofrecer la versión más cruda y detestable del ser humano, logrando que esta obra, publicada por primera vez en 1842, sea un clásico con una vigencia formidable en nuestro mundo actual.
Valoración: 6/10

Dudé si incluir esta lectura en el reto o no, porque en mi idea inicial estaba leer algún autor actual. Pero lo cierto es que para Rusia (no la extinta Unión Soviética) Gogol es un autor recomendadísimo, pues es el primer autor considerado moderno del país, que marcó el camino para otros como Tolstoi, Dostoievski, etc. Y esta novela explica muy bien el carácter ruso; el del siglo XIX al menos.

También me rondó la mente leer ya de una vez Guerra y paz, de Tolstoi, uno de mis eternos pendientes. Pero al ser un libro que tengo en papel, en una edición en tapa dura de 1900 páginas, decidí dejarlo para más adelante (y llevo así varios años) y -cuando este Almas muertas se puso en mi camino- me decidí por él.

No sé si Gogol es un misógino absoluto, o sólo desprecia -la mayor parte del tiempo, al menos- a los rusos, a quienes considera vagos, aprovechados, superficiales, estúpidos, mentirosos, vanos, serviles con los superiores, autoritarios con los inferiores, y otras cuantas lindezas más. Las rusas, además, son timoratas, maliciosas, chismosas y un extenso listado de atributos más. En cualquier caso, este libro es un amplio catálogo de funcionarios, terratenientes, militares, criados que pululan por la novela mostrando sus pequeñas o grandes miserias.

En esta novela seguimos las aventuras, que acaban derivando en desventuras, de Pável Ivánovich Chíchikov, hombre de mediana edad, hijo de una buena familia, con estudios y ambiciones que ha decidido tomar el camino "fácil" -e ingenioso, añado- de medrar y convertirse en un hombre rico y respetado por la sociedad; obviamente, por la sociedad que importa, la alta sociedad: terratenientes, nobles, militares de alta graduación, gobernantes. Y para ello se sirve de su ingenio, sus buenas maneras, su cortesía, sus habilidades para el trato social. No de su trabajo, porque -y no debería ser una novedad para nosotros, tan alejados en el tiempo y en el espacio de los personajes de esta novela- ya se sabe que los contactos y las relaciones ayudan más a subir en la escalera social que el empeño, la formación o el trabajo.

Acompañando a Chichikov vamos conociendo diversos personajes que nos muestran las pequeñas miserias humanas: la envidia, la superficialidad, la tacañería, la banalidad, el abuso, la hipocresía... De tal manera que nos preguntamos si las almas muertas a las que se refiere el título del libro son aquellas de los campesinos muertos que va comprando nuestro protagonista,  o son las de todos los personajes que lo van acompañándolo en sus cuitas. Porque Gogol ni siquiera hace diferencias -como podemos ver en otras novelas de Dostoyevski o Tolstoi, por no alejarnos mucho del contexto- entre los aristócratas y los campesinos; aquí -salvo muy honrosas excepciones- todos y todas (las mujeres tampoco se libran) son mentirosos, mendaces, aprovechados; la servidumbre es perezosa y roba a los señores; los funcionarios son corruptos; los terratenientes dilapidan sus fortunas y explotan al campesinado; los campesinos son vagos y ladrones. No, aquí no hay un canto bucólico a la vida de campesinos y artesanos, entregados con tesón, humildad y esfuerzo a sus tareas. Aquí no se salva nadie del juico demoledor del autor

Y ante este panorama, Gogol -omnipresente en toda la obra-va desgranando juicios, críticas, añoranzas de una moralidad y una forma de ser, sentir y vivir rusa que ya no ve en su país, en sus gentes. Le achaca la responsabilidad a la influencia extranjera, al afán de las clases pudientes de imitar el estilo de vida de Francia, Alemania, Inglaterra, modelos de progreso, cultura, refinamiento, que son asimilados por la aristocracia rusa que se convierte así en un mero remedo de otra forma de vida, sin "habérselo ganado". Crean industrias como las de Inglaterra, sin el espíritu prágmático y técnico inglés que es lo que ha generado el progreso británico. Se visten con moda parisina y decoran sus casas al estilo de París, sin el refinamiento francés. Imitan el modelo educativo alemán, su disciplina escolar, sin la creación cultural, filosófica, científica de Alemania. Imitan, pero no crean. Se quedan en la superficie, y abandonan lo esencialmente ruso, lo que les es propio, por lo que Gogol considera cantos de sirena que embrutecen y desvirtuan a los rusos, que ya no serán nunca lo que fueron.

Pero no nos engañemos. Este no es un libro admonitorio, ni serio en su planteamiento. La forma de hacernos llegar su crítica es acompañando a un pícaro, a un superviviente que disfruta de la vida y busca seguir disfrutando. Hedonista, acomodaticio, simpático, acompañamos sus aventuras con una sonrisa, a veces casi una carcajada. Chichikov es ingénuo y malicioso a un mismo tiempo, entrañable y patético, nos genera ternura y rechazo sucesivamente; y -sobre todo- queremos que tenga éxito en su empeño, que logre por una vez su deseo de tener tierras, una buena esposa, hijos. Otra cosa es que también, conociéndole, dudamos de que sea capaz de asentarse en algún lugar, de vivir de manera sencilla, tranquila, y abandonando su peregrinaje por Rusia en busca de nuevas formas de acrecentar sus posesiones.

La realidad es que nunca lo sabremos, porque esta es una novela inacbada. Diez días antes de su muerte, Gogol quemó lo que había escrito de la segunda parte de la novela, que iba a titular Almas blancas, y en la que tenía intención de mostrar la cara positiva, buena, de los personajes. El caso es que sólo quedan fragmentos de esa segunda parte, y con ella podemos hacernos idea de cómo la honestidad política -representada por el príncipe, funcionario encargado de llevar a cabo la investigación sobre Chichikiv - y la rectitud moral -representada por el comerciante Murázov- podrían haber dado un giro a la historia. Aunque, tal vez, la imposibilidad de arreglar todos los desaguisados de nuestro entrañable protagonista, de devolverle su esencia al alma rusa, sea lo que motivó que el autor quemase esta segunda parte redentora. ¿No hay vuelta atrás, capacidad de enmienda? Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que esta es una novela divertida, sarcástica, tierna que vale la pena leer y que nos muestra los paisajes y gentes de Rusia con crítica y compasión. Como un padre que ama a sus hijos, pero no puede dejar de ver sus defectos. Pues ese es el papel que adopta Gogol a lo largo de toda la novela.

Termino con un video quizá algo inesperado, pues no es música rusa actual. Se trata de Koni (кони, Caballos caprichosos), de Vladímir Vysotski (Владимир Высоцкий). De él sólo conozco esta canción, que aparece brevemente en una escena de la película White Nights (Taylor Hackford, 1985), y desde la primera vez que la escuché me encantó. Esa voz bronca, arrastrada, casi alcohólica (por lo que leo en wikipedia, sin casi), melancólica, dura, triste, reivindicativa me emociona, aunque -obviamente- no entienda nada.

Escuchando esta canción pienso en los rusos que describe Gogol; no en los habitantes de las ciudades, funcionarios, arsitócratas, burgueses, que han perdido la conexión con la tierra; sino en los campesinos, los criados, los trabajadores, aquellos en los que podría estar -según el autor- la salvación de Rusia, si no se dejan engañar por los oropeles y los extranjerismos.

Aunque, sobre todo, me lleva a recordar al austero y poco complaciente Konstantín Dmítrich Lyovin, el pretendiente de Kitty, en Ana Karenina, encarnación del alma rusa que no se ha dejado engatusar por espejismos extranjeros. En cualquier caso, abandonémonos un poco a la melancolía rusa con estos Caballos de Vysotski, que esta entrada está resultando casi más musical que literaria


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